En la mitología griega abundan los ejemplos de animales y personajes capaces de ejecutar formidables milagros biológicos. La hidra, por ejemplo, sufría tan sólo un daño efímero cuando la espada de Hércules amputaba una de sus cabezas, ya que a los pocos minutos brotaba de nuevo, como una flor maldita, otra cabeza de fauces tan voraces y asesinas como la que fue decapitada. O en el caso tan conocido de Prometeo, el cual encadenado por los dioses por darle a los mortales el fuego del conocimieto, tuvo que padecer día tras día el sufrimiento de ver su propio hígado devorado por buitres hambrientos, sólo para verlo regenerarse en la espera de la próxima visita cotidiana de estas aves de rapiña. Mitología o no, quizás lo más sorprendente de estas historias es el paralelo que existe entre ellas y la realidad. En 1740, el naturalista suizo Abraham Trembley observó que cierto animalito, casi microscópico y cuya cabeza está decorada por una melena de tentáculos, era capaz, al ser decapitado con unas tijerillas mínimas, regenerar su cabeza por completo. Este experimento, llevado a cabo hace ya más de dos siglos y medio es considerado por muchos como el nacimiento de la biología experimental. Interesantemente, el animalito cortado por Trembley había recibido ya, muchos años antes de que esta propiedad regenerativa fuese descubierta por el investigador suizo, el nombre de ‘Hidra’ por su similitud morfológica con el animal mitológico. Hoy en día también sabemos que como el de Prometeo, nuestro hígado es capaz de regenerarse, propiedad tisular que nos permite la posibilidad de llevar a cabo transplantes hepáticos en el quirófano moderno. Obviamente, es muy difícil aceptar que los griegos pudieran haber visto una hidra, ya que ignoraban los conocimientos de óptica necesarios para construir lupas con las cuales observar estos metazoarios tan hermosos y sencillos. O mucho menos, que también hubieran podido observar la regeneración hepática en animales o en seres humanos, ya que ésta toma varias semanas (y no un día, como nos cuenta la leyenda) y que en aquel entonces, desposeídos de antibióticos y métodos de asepsia, pocos podrían ser los animales o individuos capaces de sobrevivir a dicha operación quirúrgica sin sucumbir a una infección mortal.
Pero en la naturaleza siempre han existido más verdades que en nuestra filosofía y literatura combinadas y en ella existen animales más sorprendentes que cualquier mitología haya podido imaginarse. Las planarias, por ejemplo, miembros del filo Platelmintos, son capaces, sin aparentar esfuerzo alguno, de regenerarse por completo partiendo tan sólo de uno de sus fragmentos corporales. En 1898, Thomas Hunt Morgan demostró que una planaria podía ser amputada en 297 fragmentos y que cada uno de éstos era capaz de producir un animal entero. Esta sorprendente capacidad de regeneración tisular no es una curiosidad exclusiva de los invertebrados. Al contrario, propiedades asombrosas de regeneración también existen en animales vertebrados. Conocido es el caso de las salamandras, por ejemplo, las cuales son capaces de regenerar patas, ojos, mandíbulas, corazón y riñones, así como el caso de los renacuajos, que al perder su cola son capaces no sólo de regenerarla sino también de reconectarla al sistema nervioso y vascular. Muchos son los tejidos que compartimos los humanos con una cola de renacuajo o una pata de salamandra: huesos, espina vertebral, nervios, músculos, vasos sanguíneos y tejido conectivo. Siendo los seres humanos metazoarios como las planarias y los anfibios, no es de extrañarnos que compartamos con estos organismos no sólo dichos tejidos, sino también gran cantidad de genes. ¿Por qué entonces somos incapaces de regenerar miembros amputados, o espinas dorsales, o nervios motores, si nuestros cromosomas poseen todas las herramientas necesarias para ejecutar su regeneración? La respuesta quizás resida, como un tesoro guardado celosamente, en organismos como la planaria y el renacuajo. Utilizando métodos de la biología molecular, la biología del desarrollo, la bioquímica y la genética, mi laboratorio en el Carnegie Institution de Washington se ha propuesto dilucidar las bases moleculares responsables por la asombrosa capacidad regenerativa de estos metazoarios. Ya hemos aislado muchos de los genes que participan en este proceso y en estos momentos están siendo rigurosamente caracterizados. Nuestra esperanza es que en un futuro no muy lejano el secreto biológico de la regeneración ha de abdicar un día a la investigación científica, y ha de proveernos, sin lugar a dudas, con un conocimiento más detallado de nuestro propio cuerpo y de la relación que éste guarda con el resto de los organismos con los que hemos compartido y seguimos compartiendo una historia biológica mucho más común de la que pensamos.
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CITATION
Sánchez Alvarado A, Invited Article: Ciencia y Mitología de la Regeneración Animal. El Universal, Caracas, Venezuela, September 12, 1998.
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