La Biología, disciplina por mucho tiempo considerada por matemáticos y filósofos como una ciencia incompleta, ha progresado en estos últimos 100 años a una velocidad vertiginosa. Emanuel Kant, quien en su época opinaba que una ciencia era definida como tal siempre y cuando estuviese íntimamente ligada a las Matemáticas, no sería capaz de imaginarse el progreso que ha alcanzado en nuestra época la Biología, ciencia por él considerada como ‘imperfecta’. Para Kant, disciplinas como la Química y la Biología eran tan sólo ciencias, más no la ciencia propia (eine Wissenschaft, aber nicht Wissenschaft). De hecho, zoólogos y naturalistas por varios siglos practicaron un divorcio activo entre sus disciplinas y las matemáticas. Les era repugnante y hasta inconcebible pensar que fórmulas matemáticas pudiesen explicar el funcionamiento y la naturaleza de los seres vivos, opinión que era compartida igualmente por astrónomos y filósofos como Pascal y Goethe, entre otros.
Ciertamente, es una actitud comprensible y hasta perdonable ya que ¿cuál ser humano no opondría resistencia a que se le aplicasen las mismas leyes de la Física y las Matemáticas que se le aplican a los objetos inanimados para explicar las características de su existencia? ¿Cómo comparar el mecanismo que controla la creación de algo vivo, como la concha de un caracol, con algo muerto como la espiral dibujada por el compás de un arquitecto en una hoja de papel? ¿O cómo comparar la perfecta construcción del panal de una colmena de abejas con una simple fórmula de la Geometría? Es difícil concebir que el misterio de la vida pueda ser reducido a unas cuantas ecuaciones matemáticas. Sin embargo, como todos los objetos hasta ahora descritos por los seres humanos en el universo que habitamos, los seres vivos aún estamos compuestos de los mismos átomos, de los mismos elementos químicos que se encuentran presentes en los objetos inanimados, aunque obviamente organizados más complejamente, pero finalmente reducibles al átomo de carbono, de hidrógeno, de calcio.
Estos compuestos elementales poseen sus propias características físico-químicas, que definen su capacidad de unión con otros compuestos para formar moléculas y éstas a su vez asumen nuevas, pero aún definibles propiedades, para ensamblar conjuntos de moléculas, u objetos macromoleculares, los cuales a su vez conforman una asociación de macromoléculas cuya función radica en preservar su propia existencia a través del autoensamblaje y la replicación, es decir su reproduccion. Así ocurre con el ADN de nuestras células, es decir la macromolécula que contiene toda nuestra información genética, y con las células de nuestro cuerpo que en su interior contienen dicho ADN y con nuestros cuerpos, los cuales son el resultado del autoensamblaje de dichas células (dictado en gran parte por el ADN en ellas contenido) durante el proceso embrionario, para culminar, eventualmente en nuestra replicación, es decir, en la reproducción de esta colección organizada de células y macromoléculas que somos los seres vivos. Dicho argumento teleológico haría sonreír a Aristóteles si aún estuviese vivo, ya que fue este filósofo quien inicialmente acuñó el término teeloz (telos), o sea, que el producto final, es decir, el organismo, es la causa inicial o el teeloz de su propio proceso de generación y desarrollo (de ahí el origen de la palabra teleología).
Desde la enunciación de la teoría de la evolución por Charles Darwin, el objetivo de la Biología moderna, sin querer o no, ha sido el de definir paulatinamente los mecanismos operacionales sobre los cuales se apoya esa teleología, es decir, del cómo y el porqué los seres vivos tienen la forma que tienen, o más sencillamente, de cómo y por qué, a partir de una sola célula, emerge un organismo multicelular con forma y funciones altamente especializadas y además capaz de reproducirse, ejemplo del cual somos nosotros mismos, los seres humanos en el momento en que un óvulo es fertilizado por un espermatozoide. Sin práctica alguna y por primera vez en su vida, esta célula, resultado de la fertilización, tiene ante sí la increíble tarea de producir y ensamblar sin práctica alguna, primero un embrión, luego un feto y más tarde un ser vivo autónomo y capaz de reproducirse y perpetrar su especie.
El objetivo del biólogo moderno es muy claro: dilucidar los procesos moleculares responsables por la producción y el mantenimiento de las formas y funciones halladas en los seres vivos. La Biología del Desarrollo, utilizando una estrategia interdisciplinaria que involucra a gran número de ciencias biológicas como la Biología Molecular, la Bioquímica, la Biofísica y la Fisiología ha comenzado a identificar las moléculas responsables por eventos clave en la formación de los embriones y ha identificado una serie de redes genéticas, o interacciones moleculares, capaces de generar las complejidades estructurales necesarias para formar a un ser vivo. Dichas redes obedecen principios metemáticos y es posible que en futuro uno muy lejano, ecuaciones que describan dichas redes genéticas serán capaces de definir y predecir morfologías como la espiral de un caracol o la hermosa geometría del panal de una colmena. Me imagino pues lo que hubieran dicho Kant, Pascal y Goethe si pudieran ver la nueva Biología, esta que ahora practicamos día tras día en nuestros laboratorios.
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Sánchez Alvarado A, Invited Article: “La Nueva Biologia” El Universal, Caracas, Venezuela, February 13, 1999.
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